En la primera parte de
esta historia, sin comerlo ni beberlo, aunque con plena colaboración por mi
parte, exploré con Marta, la mujer de mi antiguo amigo Josan, las diferentes
formas de masturbación que se nos ocurrieron. Pero eso sí, sin follar, sin ponerle
los cuernos a mi amigo claro, quien me había invitado a pasar el fin de semana
en su casa de Cuenca después de unos veinte años sin vernos. Tras ello me vestí
y salí disparado hacia el bar donde me esperaba Josan con sus amigos.
Iba todo lo rápido que podía,
como si por llegar pronto de su casa al bar, fuese a borrar lo que acababa de
suceder entre Marta y yo, que, aunque no hubiesen sido cuernos según nosotros,
se parecía bastante. Siguiendo el itinerario con el móvil, gracias a la
ubicación que Josan me acaba de enviar, llegué en unos diez minutos al local
donde se encontraban. Nada más entrar, me vio y vino hacia mí la mar de
efusivo. Tras darme un abrazo me dijo:
—Un poco más y no llegas,
¿qué estarías haciendo bribón? Ya, ya, dormir, ¡menuda siesta!
Según decía esto, yo miré
hacia su cabeza, más que nada por si asomaban dos pequeños cuernecitos, pero
no. Mientras lo hacía pensaba en que si supiera lo que había estado haciendo de
verdad ya no me trataría así, tan agradablemente, pero eso ya no tenía remedio,
por suerte para mí.