Ahora que está medio
mundo revuelto con el estreno de la película de las 50 Sombras de Grey, ha
reaparecido en mi vida una historia diferente de hace ya bastantes años. No es
que tenga mucho que ver, pero me apetece contarla hoy.
Todo sucedió cuando yo
estudiaba en la universidad. Hasta entonces yo vivía en mi pueblo donde encontraba todo lo que
necesitaba: mis tiendas, mis pistas deportivas, mis pubs, mis amigos, mis
amigas, algunas muy deseables y accesibles, etc. Pero esto cambió a mis
dieciocho años. Debido a que la carrera que yo quería hacer no estaba cerca,
tuve que irme a vivir a un piso de Valencia, una ciudad tremendamente grande
para lo que yo estaba acostumbrado. Allí compartí buenos momentos y no tan
buenos con mis compañeros de piso, durante unos años: estudiábamos, nos íbamos
de fiesta, ligábamos, etc. La verdad es que fueron buenos años.
Pero lo importante es
que al irme de casa de mis padres salí del cascarón y ya tuve que valerme por
mí mismo para todo. Aunque yo pudiese echar una mano en casa, no es lo mismo
que ocuparse de tu propia casa ya solo, había que limpiar, cocinar y comprar
entre otras cosas. Además, y debido a las malas comunicaciones con mi pueblo,
lo mismo iba a casa de mis padres uno o dos fines de semana al mes, por lo que
yo me tenía que encargar allí de todo, incluso de comprar mi ropa, y mejor así
porque allí era más variada que en mi pueblo.
En cuanto a la ropa, yo
siempre he preferido para comprar el trato del pequeño comercio a las grandes
superficies. Me gusta probarme todo varias veces y con tranquilidad, y por
supuesto sin que me agobie el vendedor de turno una y otra vez. Así, creo que
fue a mediados del segundo curso cuando encontré cerca de casa una tienda que
me encantó. Tenía ropa moderna de calidad a buen precio, cosa muy importante
para los estudiantes que a veces no llegábamos a fin de mes.
La tienda en cuestión
me pillaba de camino a la universidad, por lo que casi todas las semanas
entraba y me probaba algo que me gustaba. Con el tiempo cogí mucha confianza
con la única dependienta, que además era la dueña y se llamaba Lorena. De hecho
incluso tenía ficha allí con mis datos porque me dejaba llevarme ropa y no
pagarla hasta que tuviese dinero.
Un día me pasé a
comprarme unos vaqueros al salir de clase por la tarde. Saludé a Lorena y tras
mirar unos cuantos vaqueros me llevé cuatro o cinco al probador, que era de
esos con cortina corredera. Me puse a probarme pantalones y me di cuenta de que
no había cerrado bien la cortina, pero como no había más clientes y tenía
confianza con Lorena no me importó y la dejé así.
Yo seguía a lo mío,
vaquero fuera, vaquero dentro, me miraba, no me gustaba, otro y así una y otra
vez. En un momento dado me senté y me bajé los vaqueros para probarme otros, cuando
vi a Lorena por la rendija que dejaba la cortina. Ella estaba ordenando las
estanterías y colocando ropa, pero se había agachado para ponerse con los
estantes de abajo y la imagen era espectacular. La verdad es que yo alguna vez
ya me había fijado en el cuerpo de Lorena y me gustaba. Era una mujer de
treinta y algo, por lo que me había contado madre soltera con una hija, pero
con buen cuerpo. Tenía una melena de pelo negro que le llegaba hasta media
espalda, y que le quedaba muy bien con sus ojos negros. No era excesivamente
guapa pero tenía una cara que me parecía mona. De cuerpo era delgada y solía
vestir más bien ceñida, por lo que podía apreciar que tenía buenas piernas y
mejor culo, y en cuanto a sus pechos eran más bien pequeños pero bajo su ropa se
adivinaban aún firmes.
Pues bien, desde mi
situación, Lorena estaba de espaldas a mí en cuclillas. Llevaba unos vaqueros
ceñidos, por supuesto, y un jersey negro. Pero la imagen de su culo era
espectacular dentro de ese pantalón que parecía que no iba a aguantar la
presión e iba a estallar. Yo la veía levantarse y volverse a agachar colocando
la ropa. Siempre he sido, y sigo siendo, alguien de sangre muy caliente y que
se excita fácilmente, por lo que en aquella situación y con el alboroto de
hormonas que tenía a mis diecinueve años, mi pene decidió crecer de excitación.
Esto es, allí estaba yo sentado con el enorme bulto de mi polla en el bóxer que
llevaba y decidiendo qué hacer: o me subía el vaquero y me iba disimulando el
bulto o hacía desaparecer mi bulto descargando mi excitación en el probador.
Mi elección fue la
segunda. Así que empecé a acariciarme el bulto por encima de la tela del bóxer,
apretando y soltando, mirando desde mi posición privilegiada ese culazo que
tanto me había excitado. Mmmmmmm, y menudo culo… Bajé mi bóxer por delante y mi
polla apareció de un salto. Así que empecé a acariciarla, mmmmm. Me excitaba
más según la miraba, sus piernas apretadas por el pantalón, su culo prieto
mientras estaba agachada, o en movimiento cuando se levantaba a por ropa, mmmm.
Cada vez masturbándome con más fuerza,
subiendo y bajando la mano por mi polla más rápido, tremendamente excitado por
la visión del culo de Lorena enfundado en los vaqueros, mmmm.
Ese culo, uffff, cada
vez estaba más excitado, apretaba más mi polla al subir y bajar la mano. Lo
hacía ya salvajemente, esperando el final, mmmm, me gustaba, seguía moviendo mi
brazo, más rápido, más rápido, uffff, así, más excitado, hasta que con el codo
golpeé uno de los estantes que tenía al lado. Subió y bajó con tanto estrépito
que Lorena se giró y miró hacia donde yo estaba. Traté de recolocar bien el
estante, y en menos de un segundo la cortina se abría y mostraba una imagen en
que yo estaba con unos vaqueros por los tobillos, el bóxer medio bajado y la
polla dura asomando por encima de él.
Lorena gritó
enfurecida:
- ¿Pero qué coño haces?
– A la vez su mano derecha golpeaba con fuerza mi cara y me tiraba hacia atrás
dando yo con mi cabeza en el espejo. - ¡Eres un puto cerdo!
- Perdona Lorena. –
Acerté a balbucear yo mientras me levantaba.
- ¡Cállate y lárgate de
mi vista! ¿Será posible? ¡Creo que te voy a denunciar cabrón! ¡Desaparece y no
vuelvas! – añadió ella.
Tal como lo decía yo me
saque los vaqueros que tenía bajados y salí a toda prisa del probador. Me puse
como pude mis pantalones y salí corriendo de la tienda totalmente avergonzado.
Mi polla antes grande y desafiante se había convertido en poco más que un
cacahuete, sin recordar ya que había estado tan excitado que estaba a punto de
correrme. Y por supuesto ese día ya no hubo ninguna corrida.
Cuando llegué a casa
pensé en lo sucedido. Pensé en bajar a una cabina y llamar a sus tienda para
pedirle perdón, el móvil en aquel tiempo era poco más que un sueño, pero no,
decidí que mejor dejar que se le pasase el enfado. Ella tenía mis datos y había
dicho que me iba a denunciar, y yo con la bisoñez de la edad pensaba que lo iba
a hacer, sentía miedo por tener que ir a juicio, porque se enterasen mis
padres, etc. Así que mejor dejarlo estar y no provocarla, pero me sentía mal,
avergonzado, me había portado mal con Lorena.
Mi sentimiento de culpa
y mi vergüenza fueron tales que cambié mi itinerario para ir a la universidad y
no pasar por delante de su tienda. No quería que me viese, era tal mi vergüenza
que ni siquiera me atrevía a ir y pedirle perdón.
Los días fueron pasando
sin que yo me atreviese a volver a la tienda. Pero un día había una carta en el
buzón dirigida a mí con el membrete de la tienda de Lorena. Subí a casa y con
miedo abrí el sobre. Temía que fuese algo relacionado con la denuncia, pero lo
único que ponía tras mi nombre y apellidos era: “Reúnete conmigo en mi tienda
el próximo sábado a las 20:30 horas tras el cierre. Es importante. Ni se te
ocurra no acudir.”
Por supuesto que no se
me ocurrió faltar a la cita. Los días que faltaban hasta ese sábado los pasé
nervioso porque me daba mala espina el asunto. Pensaba que estaba metido en un
buen lío, y realmente aún no sabía cuánto. Al mismo tiempo ensayaba mentalmente
todo tipo de disculpas por mi comportamiento grosero, pero las iba descartando.
Yo no veía ninguna solución.
Llegó el sábado y la
hora convenida yo estaba ante la puerta. Ni siquiera me atrevía a entrar. Al
poco tiempo salió Lorena acompañando a los últimos clientes y me vio, no me dijo
nada, estaba más bien fría. Cuando se marcharon me dijo que pasara y yo lo
hice. Una vez dentro ella apretó un botón en un mando a distancia y la persiana
metálica de la tienda bajó y se cerró tras de mí.
- ¡Hola Lorena! – le
dije. – Siento mucho mi comportamiento del otro día. No debí hacerlo. La verdad
es que me calenté mirándote y no se me ocurrió otra cosa que masturbarme en el
probador. He estado tan avergonzado desde entonces que ni siquiera me he
atrevido a pasar por delante de la tienda. Sé que no debí hacerlo, sólo espero
que me perdones. Me pareces muy atractiva y me excité mirando tus vaqueros,
pero… - En ese momento ella me hizo callar poniéndose el dedo delante de sus
labios.
- ¡Sígueme! – me dijo,
y entró a su oficina, yo tras ella por supuesto. Puso una cinta de vídeo y miré
a la pantalla. En ella se veía la grabación de una cámara de seguridad. Lorena
se dirigía a los probadores y al poco salía yo sin pantalones, con la polla
dura descubierta mientras me subía un bóxer y me ponía los pantalones a toda
prisa. Yo creo que me puse rojo, porque notaba calor en las mejillas.
- Lo siento Lorena –
dije yo entrecortadamente.
- ¡Cállate y no hables
hasta que yo te lo diga! – me gritó ella. – Tus disculpas aunque necesarias
llegan un poco tarde. Mira, yo soy una mujer sola que trata de llevar un
negocio, por lo que con más motivo protejo mi tienda con alarma y cámaras de
seguridad. Y por supuesto como ves te tengo grabado semidesnudo tras
masturbarte en mi tienda. He pensado mucho lo que hacía contigo y al final he
llegado a una conclusión satisfactoria. No pienso borrar esta cinta, pero
puedes estar tranquilo que no tengo previsto utilizarlo en tu contra, siempre y
cuando tú cumplas la parte del trato que te voy a proponer…
- Lorena, yo lo siento,
aceptaré… - llegué a decir.
- ¡Cállate pajillero! –
me cortó gritando. - ¡Te he dicho que no hables hasta que yo lo diga! Déjame
seguir. – Y siguió hablando. – He de reconocer que tras la sorpresa inicial
luego me sentí halagada porque un chico joven me vea como una mujer deseable,
pero eso no quita que lo que hiciste fuera una grosería. Como sabes, soy madre
soltera, entre mi hija y mi tienda apenas me queda tiempo para salir y
relacionarme, además no estoy interesada ahora en tener una relación de pareja,
lo que no quiere decir que mi vida sexual sea inexistente, pero lo que hago no
son más que polvos ocasionales con ligues de una noche cuando puedo salir. Por
supuesto follo con condón porque no me transmite confianza la polla de esos
hombres. Pero la tuya sí…
Yo seguía su discurso
callado. Estaba un poco sorprendido porque en ningún momento imaginé que la
conversación con ella iba a ir por esos derroteros. Lorena dándome
explicaciones de su vida sexual a mí, ¡y acababa de decir que mi polla le
transmitía confianza! ¿Quería que me la follase? Pero bueno, siguió hablando:
- Repito, tu polla sí.
Por tu edad debes tener una polla potente y unos testículos con buena capacidad
de dar semen, y eso es lo que me interesa. Además, dudo que la hayas metido en
algún coño peligroso, pues no tienes pinta de putero, y como sé de nuestras
conversaciones que en estos momentos no tienes novia, mi conclusión es que
tienes una polla sana y con necesidad de descargar sus balas, de no ser así no
te habrías pajeado por mí en mi probador – y sonrió para seguir hablando.
- Por otra parte, yo ya
tengo 35 años. Y aunque me veas atractiva y te excite, se me empiezan a notar
las marcas de la edad. – En este momento empezó a señalar con sus dedos las
zonas de su cara mientras hablaba. - ¿Ves? Líneas de expresión, patas de gallo,
algunas arruguitas en la frente, ya empiezan a asomar… Y yo no quiero que
aumenten. He probado algunas cremas pero no hacen la mitad de lo que dicen.
En ese momento yo ya no
entendía la razón por la que Lorena me contaba todo eso. ¿Qué tenía que ver yo?
¿Ya no íbamos a follar? Pero ella seguía hablando:
- Hay amigas de
confianza me han dicho que una de las mejores mascarillas rejuvenecedoras se
hace con semen humano, nada de semen de caballo como dicen por ahí. De hecho la
misma Cleopatra ya lo sabía pues tenía un esclavo tan sólo para darle semen y
tener la mejor crema nutritiva y antiarrugas. Pero no sólo ella, en Japón
también conocían sus propiedades, de hecho las geishas lo usaban. Una buena
corrida tiene vitamina C, glucosa, ácido hialurónico y una gran cantidad de
proteínas entre otras cosas. Puede que la función del semen sea la reproducción,
pero no hay duda de que, además, es una de las mejores cremas hidratantes y
rejuvenecedoras, y es más, cuando lo tragas es muy placentero y fomenta el buen
humor, por lo que también sirve de antidepresivo. ¡Y eso es lo que quiero de
ti!
¡Acabáramos! Lo que
Lorena me estaba pidiendo a cambio de no divulgar que me masturbé en su tienda
era mi semen para usarlo como crema rejuvenecedora. ¡Vaya! Y creo que estaba
obligado a aceptar…
- ¡Quiero que seas mi
esclavo! – añadió Lorena. – Como te he dicho, no tengo pareja ni ganas de
tenerla, y necesito un suministro continuo de semen. Ése es tu papel. – Yo cada
vez estaba más atónito. Y en ese estado de asombro lo dejo por hoy esperando
retomar pronto la historia con la segunda parte.
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